Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- No sé cuántos años habrán pasado por aquí, por esta ciudad, tampoco quienes, ni cuántas moscas se han parado. La noche es una ciudad aparte y el día apenas alcanza a secarse.
La gente ya dejó de preguntar. Ya nadie se acuerda de la temporada de la mariposa, ni del viento. Hasta que cae un árbol.
En la esquina sigue el poste inclinado de la Comisión Federal de Electricidad. Así está desde que lo pusieron. Tiene un remache en medio y otro tronco lo sostiene, de plano, de caer al suelo. Debería dejarlo caer y que pasaran otros años inexplorados, como sin darnos cuenta.
Abajo del poste una piedra donde un anciano se sienta a fumar ansiosamente a la misma hora, si alguien le gana la piedra, no fuma. Es como un poster, una portada de revista en blanco y negro.
Enseguida los ojos pueden ver los gusanos que se los han de comer, pero no los miran, pasan de largo. En seguida una cantina abre en seguida, das dos pasos y entras o sales. La puerta es un doblez de la vida. El sol se asoma a rajatabla.
Caben muchos en esta mañana y la calle humeda se puebla de pescados y pescadores, peces gordos, perras flacas, riachuelos de gente, motines de guerra, de rompe y rasga, donde compra y vende la gente.
Enredada en su silueta la ciudad se abastece de sombras de árboles, retazos perfectos de altos edificios, descansillos diversos que la gente ocupa todo el tiempo. Negocios grandes.
Hay sitios remotos y otros en la palma de la mano, quieren agua. La noche que fue penumbra, seca el estío y lo deja pando, el sol que madrugó tiene calor.
La ciudad se ha quedado sin agua. La gente tiene días brincando la barda, sometiéndose a espantosos sacrificios, juicios nocturnos, calores intensos, salpullidos, infiernos. Crueles asesinatos.
Luego de una cheve la noche sigue comoquiera en los patios ajenos donde rueda una esfera de hule. La noche se mete en el gol de costumbre antes de que hablen a cenar y todos corren para adentro a comer frijoles. La noche no se cansa de caer.
Es la ciudad breve la de unos ojos que miran, el apretón de manos, el beso eterno, el paso que se escucha alejándose, el carro a la media noche, la luz trazada al fondo de una foto.
Es la otra ciudad la que se escucha y deja de escuchar. La ciudad de estas horas tardías en medio del paraíso.
Y la noche tiene su noche, la ciudad es una estrella. Abajo, donde nadie sabe, ladra un perro, y nadie despierta.
HASTA LA PRÓXIMA.
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