Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Yo, que me asumo en todos mis laureles, poeta de nadie, poeta loco y solitario. Poeta desfasado sin agua, sin aire, poeta del hambre. Jodido, apenas nacido, el no reconocido, narcizo, el más torpe, el menos letrado, esto les escribo.
Arrepentido, dos horas, después diré que no debí decir ni una palabra, según ese es mi estilo. Diré que amaba, otro estilo, y traré una aguja en la mano, encajada.
Claro que del dolor diré que no se pudo y que no llegó a ser dolor, se quedó en un nudo en la garganta y eso fue todo. El resto ya ustedes lo saben.
Sobre las calles también escribí con los pies, y con las manos, dibujé objetos estúpidos y extraños, poemillas, locos surrealismos, extravagancias que se pierden en la nada. Nada les dije.
Platiqué con nadie, pocos osaron de mi palabra, pero sí, creo que sí, que encontré un camarada de vidrio.
En una mañana, muchas veces quise hacer lo que todo mundo hace, ser yo mismo, pero tampoco alcancé a hacerlo.
Lo que escribo, aunque yo lo digo, soy incapaz de descifrarlo, vendrán otros que rompan el papel o que lo lean sin entender, ni pedo, eso no lo reclamo de antemano.
No quiero tener esperanzas, pues las imagino como todo lo que me ha ocurrido, son pasatiempos, olvidos que hace mucho fueron ilusiones, o ya de perdido emociones. Dolor que no seca.
Pero en los laureles que nadie me ha dado y que siempre me otorgué falsamente, vive lo que fue el pedazo de vida, lo que disfruté sin haberlo merecido; yo chancleta absurdo, asqueroso sujeto que alguien ve pasar por la calle, sin prisa, escribo un poema.
Por alguna extraña razón escribo, dijo un amigo: «se te da», como si alguien hubiera venido con una caja de letras: «Rigo, ahí te va», y no es cierto, tendría que haberme dicho que nada había ahí, como nada hay. Que alguien me dicta y ya.
Escribo lo que lloro, humedecido. No me defiendo mucho luego de una palabra en el suelo, rasgando el paraíso. Me mueve el silencio de las hojas, el teclado sensato y nocturno, el reloj sin importancia colgando del olvido, me mueve la mujer que amo.
Tampoco sé leer en terminos cabales, ni conforme a los protocolos de la lectura en voz alta, ni en baja. Salto muchas consonantes, se me olvida que hablo, que digo lo que otros piensan y comienzo a decir lo que pienso. Por último, no sé lo que digo.
Nada se escribe, todo se va borrando. Cuando se escribe una letra, uno la borra de inmediato. Se aprende a escribir al revés. Yo no aprendí. A mi se me salen las pinches palabras.
HASTA LA PRÓXIMA.
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