Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Te doy las gracias por las tinieblas señor, Dios, por la sombra más oscura, por el descubrimiento de afuera, de la ausencia, del absoluto no, dentro de un hoyo profundo.
Por la oración seca, de palabras crudas, por el mensaje encubierto en contra, por el viento, el huracán, por la devastación de mi cuerpo, te doy las gracias.
Por el hueco, por la piedra, por la soledad inmensa como el cielo nocturno.
Por el miedo metido, escondido que no tiento, por el sueño quebrado como un cristal en la pared, como la pared rugosa y demacrada, como un muerto que pasa, te agradezco el paso transparente.
Te agradezco lo breve que estás, lo pequeño que eres Dios, te agradezco el diablo, te agradezco el hombro, la piel delgada, el fuego sacado de una maldita palabra.
Te agradezco la gloria y el paraíso, el chingazo y el abrazo, el espejo quebrado en las narices te lo agradezco. Es de tarde.
Te agradezco esto que soy de nariz chueca, distinguido hombre de hojalata. Esto que parezco te agradezco, el cuerpo, la voz que me diste Dios, que no escuché. Por lo tanto te agradezco el semblante. El gesto en los otros, que me vieron siempre, que me negaron tres veces sin ninguna necesidad.
Te agradezco los días en que no estuve, fui otra persona haciendo lo que sabe, por este otro que traigo ahora derrotado en la espalda, que cargo.
Te agradezco el martillo, la silueta delgada, la espantosa conjetura frente al espejo, la risa inherte, de siempre. La guadaña.
Te agradezco la muerte sonriente, sedienta, la tierra, el deletreado murmullo de un atardecer entre la bruma, te agradezco la mano solitaria que se perdía en la noche. Buscando su nombre.
La mano que no sabía dónde ponerse.
Te perdono el haberme descubierto señor Dios, estoy aun escondido. Te perdono mis dientes, mis caídas libres, mis palabras estúpidas.
Doy fe de mi cuerpo sacado del paraíso antes del incendio, aquí no era el infierno, la noche es un crucifijo, da lo mismo. Fue lo mismo en serio, y te agradezco la vida así taimada, derruída, abandonada por ella misma.
Te perdono el sol en los brazos, en el corazón el poema que brotó te lo perdono, porque al fin de cuentas supe amar y no morirlo.
Te perdono Dios el papel con que escribo, la mujer que amo, te perdono la sangre, la tinta, el material de carne, la luz propia que me diste.
HASTA LA PRÓXIMA.
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