Por Julián Hernández
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Por su encierro, cualquier entrada o salida de personas o cosas del penal de Ciudad Victoria es un acontecimiento. Aislada como vive, la población carcelaria cambia de comportamiento con la mínima novedad. Una mirada, un gesto, el tono de voz, comunican de uno a otro que algo está pasando. Y el día que llegó Gabriel García Márquez a este reclusorio no pasó inadvertido.
En realidad, el escritor no arribó en persona sino a través de su novela “El amor en tiempos de cólera”, pero vale tanto o más que si lo hubiera hecho él. Gabo encantaba a sus acompañantes con historias y hazañas. Y eso es lo que justamente ofrecía el libro.
Entraba, pues, la historia de amor de Florentino Ariza y Fermina Daza, a quien solo pudo conquistar después de 70 años; una prueba pesada de paciencia, un ejemplo de ardor casi infinito. Entraba, sobre todo, al retiro de los adictos, los ladrones y los homicidas. ¿Qué lugar tiene una obra literaria en un recinto de castigados?
“Están trabajando mucho en cambiar la opinión que tienen afuera sobre los reclusorios”, dijo Rosalba Villarreal, encargada de la Biblioteca Central Marte R. Gómez, y coordinadora de este proyecto.
“De hecho, este tipo de actividades va rebajando la condena de las personas privadas de su libertad para animarlas a participar”.
Hace cuatro meses, Villareal y otros tres elementos de la Biblioteca Marte R. Gómez iniciaron las visitas al penal de Ciudad Victoria y de Tula, Tamaulipas. Eran las únicas personas que podían introducir objetos por los filtros de control: los libros de García Márquez, Jaime Sabines y Altair Tejeda. Había nacido el proyecto Bibliotranspórtate, que lleva lecturas, imparte charlas y dirige ejercicios de escritura a mujeres y hombres en prisión.
Se estableció que en la primera semana de cada mes se cumpliría una visita a un centro penitenciario, y se ofrecerían dos horas lectura y discusión. Por fuerza, estas sesiones se harían por separado a hombre y mujeres.
“Los hombres se interesaron rápido y comenzaron a leer”, dijo Guillermo Partida, uno de los promotores de lectura. “Las mujeres no querían, eran más calladas, quizás por desconfianza”.
Pero ese muro de inhibición femenina se vino abajo tan pronto supieron el tema de la novela del colombiano: el amor que perdura a través del tiempo, y que nunca se apaga. De haber 10 internas participantes, el número subió a 40.
Con tiempo de sobra para dedicarse a unas pocas actividades, resultó fácil que Bibliotranspórtate atrajera a los 36 internos del penal de Tula, es decir, a todos. En Victoria comenzaron 80 porque la primera sesión se impartió en la capilla, el espacio más amplio del internado, pero el grupo pasó después a tener de 40 a 20 lectores. Eso sí, muy constantes y comprometidos. Debían descubrir por ellos mismos qué razones tenía alguien para perseguir un viejo amor durante 70 años.
Se anunció que para el mes de diciembre leerían “El cuento de Navidad”, del escritor inglés Charles Dickens, un clásico de temporada. Se decidió también que las sesiones siguientes se dedicarían a cuentos y poemas en vez de novelas, ya que el nivel cultural de algunos internos, a pesar de su esfuerzo y buena voluntad, es inferior al desarrollado en textos largos o ricos de información.
Sin embargo, las aventuras eróticas de Florentino y su pasión por un amor de juventud dejaron una huella honda en los internos de Ciudad Victoria. Fue así que Rosalba, Guillermo, Wendy y Zoraida, integrantes de Bibliotranspórtate, lo captaron, y sugirieron a los reclusos escribir un episodio de su vida amorosa, una historia real en la que se hubieran sentido atraídos por alguien.
Aquí figuran tres narraciones escritas por residentes del penal con el tema propuesto. Se han reservado sus identidades conforme a la Ley de Protección de Datos Personales. El resto, besos, abrazos y de más, quedan igual que en el original.
* * *
No pude resistirme
Por Gabriela “N”
Un día yo conocí a la persona correcta en el lugar equivocado, pero eso no detuvo el sentimiento que crecía dentro de mí.
Un día lo vi y me llamó mucho la atención. De ahí empezó mi interés por él, Juan “N”, pero dio la casualidad o coincidencia de que yo también le interesaba. Él empezó a cortejarme y no pude resistirme, así que empezamos a tener una relación. Con el tiempo me fui dando cuenta que yo le interesaba más de lo que creía. Él había estado esperando tanto esa oportunidad; él me enamoraba día a día con sus detalles, sus locuras, sus cuentos, sus atenciones. Viví lo más bonito que pude haber vivido con alguien dentro y fuera de este lugar.
Tuvimos noticias buenas: yo esperaba un bebé, el fruto de un amor tan bonito, pero el destino y la vida lo apartaron de mí lado en un abrir y cerrar de ojos. A él se lo llevaron trasladado a Hermosillo, Sonora. Yo seguí con mi embarazo y él, a distancia, seguía pendiente de nosotros, y hasta la fecha sigo esperando su regreso.
No me he sentido tan querida y amada como a su lado, y aquí está mi historia de amor, esperando continuarla en cuanto él regrese.
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La señorita Sonia
Por Armando “N”
En un viaje con mi tráiler de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, con destino a Salina Cruz, Oaxaca, siendo las diez de la mañana, salí de la bodega de la tienda donde dejé mi vehículo para ir a almorzar.
Tomé un taxi y me llevó a un restaurante de mariscos. Por cierto, estaba vacío.
Me presenté con la señorita mesera y la saludé; le pedí una cerveza y un pescado frito. Pregunté que si la sinfonola funcionaba y me comentó que sí.
Le dije:
–Yo soy Armando, y viajo desde Tamaulipas.
Sorprendida, me dijo:
–Yo me llamo Sonia y soy de Altamira, Tamaulipas.
Nos abrazamos no sé cuántas veces. A ella se le olvidó ponerle monedas a la sinfonola. Luego me trajo el pescado y almorzó conmigo, y quedamos en una cita para las siete de la tarde.
Nos encontramos en la plaza de la ciudad. Después, nos fuimos al hotel y nos amanecimos.
Ella tuvo que presentarse a su trabajo y yo a recoger mi tráiler para ordenar mi ruta a Tapachula, Chiapas. Pasé al restaurante a despedirme de ella. Nos dimos unos abrazos y besos con la consigna de acudir a ella en cuanto pudiera.
En Monterrey pedía viajes directos a Salina Cruz, Oaxaca, para ver a la señorita Sonia, que conocí en el restaurant.
Creo que el romance duró de 3 a 4 años.
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40 y 20
Margarito “N”.
En ese entonces yo, Margarito “N”, me enamoré de una mujer de 22 años. Yo tenía 40, y se me hizo fácil empezar este amor, pero fui muy de prisa y entre más la veía, más la quería, hasta que mi amor floreció con esta mujer de 22 años.
Anduvimos un año de pleno amor y disfrutamos de los placeres, como pasear por diferentes lugares de la república. Nos dimos rienda suelta para vivir nuestro amor. Gracias a ella lo conocí, porque en ella encontré lo que jamás había encontrado, y tuvimos un hijo, de nombre G.
Por ello doy gracias a Dios, por haberme enamorado y darme lo que yo más quería, y espero encontrarme otra vez con ella para poder seguir nuestra relación, que quedó parada por las cosas que estoy pagando en este lugar para aprender, porque esto es maravilloso, aprender de la vida.
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