Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Irónicamente, como hace 25 años, el EZLN empieza a declararle la guerra al Presidente de México.
Ahora, apenas, las esgrimidas son “armas verbales” y no las de madera utilizadas por los primeros milicianos del Sub Marcos que cayeron muertos en ese inicio de año de 1994, pero lo que se anticipa es “algo más” que aún no acaba de conocerse.
Como contexto va la siguiente entrega para retratar -así sea parcialmente dada la magnitud mediática del alzamiento de Chiapas- un breve “tráiler” de lo visto, vivido y escuchado ese tiempo en el lugar de los hechos.
Hace justamente 25 años la historia -como otras veces- me alcanzó fuera del ámbito informativo.
Era 2 de enero de 1994 y me hallaba sin empleo formal. Por causas imputables a mí, unos días antes había renunciado a El Gráfico (de donde me iba y regresaba como si fuera mi casa, que de hecho lo era y creo que lo sigue siendo) y justo en ese espacio, apenas un día antes el EZLN le había declarado la guerra al gobierno mexicano.
También como otras veces algo tronó en mi cabeza y no lo pensé dos veces. Estaba en la oficina de un amigo, agarré el teléfono (aún no se conocían los celulares) y marqué a un número conocido.
Del otro lado de la línea me contestó Lupe Díaz Martínez:
-Quiúbole pinche Toñique, qué novedades, dónde andas.
-¿Tienes dinero?, le solté a boca de jarro.
No le estaba viendo la cara pero lo supuse desconcertado, porque no era usual que le pidiera dinero.
-Ah chingao ¿te vas de vacaciones o qué?
-Sí, me quiero ir a Chiapas, pero ya, hoy mismo.
-Estás bien loco cabrón ¿sabes lo que está pasando allá?
-Sí, por eso quiero estar allá. Y no quiero que me pagues, solo dame dinero para el pasaje y El Gráfico va a ser el único periódico de Tamaulipas que tenga un enviado en Chiapas durante los enfrentamientos.
-Órale güey, déjate caer al periódico y ahí te van a entregar el dinero para el pasaje y los viáticos.
El ambiente en el periódico era el usual. Nadie, entonces, escapaba a nada y a nadie. Ya provisto con lo necesario para estar unos días en Chiapas, salí del periódico, en cuyo exterior ya estaba la clásica fila de “despedida”:
“A ver güey, a mi déjame de herencia tu reloj, allá no te va a servir porque te va a llevar la chingada”, pedía uno. Otro quería que le hiciera un paro con el director: “No seas cabrón, pídele a Lupe otra lana para que me lleves. Yo solo seré héroe cuando me le escape a mi vieja. A los dos días hablas y dices que morí en la guerra, pero ahogado con un litro de sotol”.
Y así.
LA GUERRA QUE NO ERA GUERRA
Cuando el avión aterrizó en Tuxtla Gutiérrez ya iba provisto de la información básica que en pleno vuelo había obtenido de Juanita García Palomares, una ex diputada y activista del entonces FCRN que asesoraba a un grupo de la comunidad llamada “El Chorro”.
Ir de Tuxtla Gutiérrez a San Cristóbal de las Casas sería una odisea. Era el lugar más cercano a donde se daban los presuntos escarceos entre el Ejército y las fuerzas zapatistas. Las salidas de autobuses estaban canceladas, y solo a un chofer medio loco se le ocurriría dirigirse a la puerta de entrada al infierno.
Desesperados, los alrededor de 15 periodistas extranjeros -incluidos algunos corresponsales de guerra- no atinaban a resolver el problema, ajenos a la cultura e idiosincrasia locales. Una veintena de indígenas y paisanos enfrentaban el mismo problema… que se resolvió con dinero.
Y preguntando se llegó a San Cristóbal de las Casas. Una “vaquita” en dólares -y claro en pesos mexicanos- logró convencer al chofer más loco del lugar y enfilamos entonces entre curvas, subidas y bajadas.
De pronto el destartalado autobús se detuvo dando tumbos, en medio de dos cerros tapizados de exuberante vegetación.
La adrenalina -el miedo, pues- subió a tope, cuando desde el cerro una estruendosa voz ordenó: “Pa’bajo cabrones, todos… o los quebramos”.
Y como todos allá también significa todos, hasta los avezados corresponsales de guerra ya estaban alineados en filita, con las manos alzadas y pegadas al viejo armatoste que servía como autobús.
-Y ustedes quiénes chingados son -gritoneó la misma voz, ya abajo del poco elevado cerro, dirigiéndose a quienes nada tenían de indígenas.
Nadie contestó, dando por hecho que el ultramoderno -en ese tiempo- equipo que cargaban serviría como respuesta para el grupo que apuntaba sus armas a los pasajeros del autobús. Los indígenas y paisanos habían sido separados.
Quizás porque no parecía francés o italiano, o porque el que llevaba la voz cantante estaba a mis espaldas, fui yo quien tuvo que hilvanar una dolorosa respuesta.
-Somos… periodistas.
La punta del cañón de un arma larga punzaba inmisericorde en las costillas, mientras yo trataba de articular una defensa verbal más convincente.
Ya no fue necesario.
El capitán del Ejército Mexicano que comandaba un piquete de solados estalló en cólera y soltó lo que empezó a ser un indicio de que la guerra que se libraba en los Altos de Chiapas era, por lo menos, muy extraña:
-Pinches periodistas hijos de su chingada madre. Si alguien los mata es muy su pedo. No sé qué chingados tienen que venir a hacer aquí. Solo estorban, cabrones.
LOS MUERTOS DE UN SOLO LADO
Eran los primeros días de 1994 y ya estábamos ahí, justo en ese lugar en que ahora, 25 años después, el EZLN y el Sub Marcos que se cambió el nombre a Galeano nuevamente se levanta en “armas verbales” para descalificar el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en una especie de obra teatral cuyo director, desde el levantamiento aquél, aún sigue sin conocerse.
Lo que consta a quienes atestiguamos parte de los hechos -porque el escenario era en realidad una especie de tablero de ajedrez inmenso y a las grandes jugadas solo tenían acceso los corresponsales extranjeros escogidos por el tampiqueño Rafael Guillén Vicente alias Marcos-, es que sí hubo decenas de muertos, cuadros y escenas sobrecogedoras en que los protagonistas principales eran, como siempre ocurre en las guerras, los más pobres entre los pobres.
Salvo los corresponsales extranjeros y los enviados de dos medios mexicanos que ideológicamente estaban a un lado del Sub Marcos, el resto de los periodistas tenía que ingeniárselas para desplazarse, con muchas dificultades porque de un lado la obstrucción del Ejército Mexicano era acuciante y del otro los amenazantes “acercamientos” del grupo de élite del Sub Marcos significaban un mensaje ominoso.
Y es que a Marcos ya empezaba a resultarle incómoda la muerte de sus milicianos provistos de rifles de madera y daba paso a la otra estrategia mediática, para lo que solo le servían los corresponsales extranjeros, entre éstos muchas mujeres que más que reportear se disputaban su cercanía para verlo y escucharlo, embelesadas, recitar poemas y proclamas que les endulzaban sus oídos.
Era lo que más atraía al Sub Marcos. Mutaba, se retrotraía y se convertía en “Cachumbambé”, como sus alumnos llamaban a Rafael Sebastián Guillén Vicente en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El hermano de Paloma Guillén Vicente impartía la materia de diseño gráfico para la comunicación en la UAM, pero en los deberes escolares solicitaba leer textos de Michael Foucault, Carlos Marx o Louis Althuser.
DOS DE TAMAULIPAS, FRENTE A FRENTE ¿O DEL MISMO LADO?
Pasaban los días y el conflicto “bélico” ya no lo era. Todos esperaban el momento en que el presidente Carlos Salinas de Gortari terminara de armar las piezas y, ya sentados con el Sub Marcos y con el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, se empezara a desenmarañar la madeja.
Logrado algún propósito en particular, que 25 años después aún se desconoce, acabaron los días de “combate” y el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó un cese unilateral al fuego y después convocó al diálogo para concretar un armisticio.
Recién estrenado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte eran menester no empañar la imagen de México y Salinas de Gortari optó por designar a los negociadores por la paz en Chiapas.
Así llegó Marco Antonio Bernal Gutiérrez a Chiapas, un “duro” encarcelado y torturado por presuntos vínculos con la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Es decir, dos “guerrilleros” de Tamaulipas frente a frente. Uno de Tampico. Otro de Matamoros.
¿Quién jugaría el papel del bueno de la película y quién el del malo? ¿Quién de los dos lloró alguna vez porque lo pusieron unas cachetadas?…
Mañana la Parte II.
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