Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- El mensaje de las 6:57 horas de este sábado me descontroló. No sabía si apenas me iba a dormir o ya había despertado. Vi la hora y no había duda. Era este sábado 24, aún no me dormía y ya no habría de hacerlo.
-Agustín García Arredondo acaba de morir.
Heriberto Ruiz Tijerina, amigo de Agustín y mío, era el mensajero.
De Agustín el funcionario no tengo mucho que decir, salvo que fue profesional como pocos, y ello pueden atestiguarlo por lo menos tres alcaldes de Nuevo Laredo, incluido el actual Enrique Rivas Cuellar.
Sin embargo yo me quedo con el amigo cabal y con el periodista generoso, al que no pocos reporteros del estado y “nacionales” le quedamos a deber mucho, algunas veces hasta la vida.
En los tiempos en que los demonios se apoderaron de Tamaulipas y el periodismo se podía ejercer con cierta holgura, el periodista Agustín García Arredondo era un referente en Nuevo Laredo.
Fue reportero de El Diario y de El Mañana de Nuevo Laredo, entre otros, y era una consulta obligada si se quería hacer un trabajo exitoso y con cierta seguridad.
Hubo trabajos que con la mano en la cintura nos desmontó.
-Están bien locos, están bien jodidos si creen que yo los voy a exponer a eso -nos echaba en cara.
-No chingues Agustín, venimos desde Victoria hasta Nuevo Laredo porque nos interese ese jale -le retobábamos.
Ya sabíamos que no lo haríamos cambiar de opinión, pero lo conocíamos tan bien que también sabíamos que no nos dejaría regresar sin nada. Él también disfrutaba, vivía y sufría el periodismo. Es decir, hablábamos el mismo lenguaje.
A veces lográbamos el propósito inicial, pero cuando por nuestra seguridad se empeñaba en disuadirnos regresábamos a Victoria con otro trabajo, incluso más interesante que el que originalmente íbamos a buscar.
-Nos vemos en unas tres horas, hay un tema menos peligroso para ustedes, pero necesito consultar unos datos y unas fuentes de confianza.
Ese era Agustín, el periodista serio, acucioso y generoso.
-Creen que son de hule o qué chingados -nos regañó, cuando en abril del 2001 el Ejército Mexicano detuvo a Gilberto García Mena ‘El June’ en Guardados de Abajo.
Dos días después de la detención, Guardados de Abajo nos vio llegar y en minutos nos vio salir, algo de lo que los reporteros gráficos Pablo Martínez Borrego (qepd), Katy Cruz Lara y Sebastián Rodríguez Ibarra también saben mucho, porque a nadie se le puede olvidar una persecución de sicarios armados hasta los dientes.
Esa referencia que sirva para retratar la generosidad de Agustín García. Era un consumado periodista, y precisamente por serlo se preocupaba y ocupaba de orientarnos, porque él sabía lo que nosotros no: exponer la vida no era un juego.
En tiempos de Américo Villarreal Guerra, él junto con otro valioso amigo cuyo nombre omito porque operaba para el Cisen en Nuevo Laredo, me hicieron menos pesado un problema serio que enfrenté entonces con ese gobierno en la ciudad fronteriza.
Ya de salida, frente a unas cervezas, ambos se burlaban de mí y decían sentirse felices porque ya no volverían a batallar conmigo.
Es más, me llevarían hasta la central de autobuses para asegurarse de que regresaría a Victoria.
-Eso creen, a lo mejor en unos 15 días les caigo de nuevo por acá, nomás para molestarlos -les regresé.
Ambos se vieron a los ojos, Agustín García se puso serio y le dijo al amigo en común:
-Ya dile, porque creo que este cabrón aún no lo sabe.
-Qué es lo que debo de saber -pregunté.
El cuate del Cisen desdobló una hoja encima de la mesa y la acomodó a mi vista.
-No, dímelo tú -le respondí.
-Va, textual. Es la instrucción que está mandando el gobierno del estado -respondió a su vez.
El texto de una sola línea decía: “Si Toño Arratia sigue molestando se va a ir a la chingada de Tamaulipas”.
Y yo sigo aquí, pero lamentablemente Agustín García se fue esta mañana y duele no haber tenido oportunidad de darle un último abrazo, porque sé que le debo lo que él ya no tiene y yo sí: la vida.
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