Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Entre los dolores y estertores propios de una agonía, a partir de este lunes la capital de Tamaulipas se dispone escribir las primeras letras de su propio epitafio.
Empiezan las campañas electorales, cuyos resultados no podrán entenderse sin conocer el pasado próximo de Ciudad Victoria, que aquí resumimos en una especie de tragicomedia en cuatro actos:
Primer acto.- Un cobarde alcalde se dobló y escondió la cabeza en un hoyo cavado en la arena, sin perder su “deslumbrante” sonrisa, esa que ostentan los depredadores de los dineros que no les pertenecen.
Segundo acto: Un dipsómano, vicioso y ladrón edil se lanzó al vacío de la ignominia con todos sus pecados a salvo. Médico de profesión, diagnosticó a Victoria como una ciudad en “terapia intensiva”, por lo que en menos tiempo en que tardaba en vaciar una botella de tequila recetó entonces lo más conveniente: vaciar las arcas para castigar a todos aquellos que le perdieron el respeto al verlo convertido en una piltrafa humana, muy cara pero al fin piltrafa humana, una de esas protegidas por el manto celestial.
Tercer acto: En estado agónico, Victoria fue entregada a una mujer que no es de aquí, pero tampoco de allá. En realidad una mujer de ninguna parte, ni de sí misma, porque solo fue impuesta para seguir administrando lo que ya era la alcaldía de Victoria: una cueva de malvivientes, haraganes y mantenidos, con todos sus pecados y vicios caros también ya puestos a salvo.
Oscar Almaraz Smer (ahora candidato a diputado federal), Xicoténcatl González Uresti (subsecretario de Salud obligado por “invitación” a apoyar a los candidatos albiazules) y Pilar Gómez Leal, una triada de inescrupulosos que en estas elecciones de nuevo ponen de rodillas a Ciudad Victoria, con la ayuda de otro mantenido y protegido azul como Mario Ramos Tamez y Arturo Soto Alemán, un pobre hombre lleno de complejos pero con una gran capacidad para el saqueo y compleja técnica para caminar de puntitas por encima de la delgada cuerda que delimita a la ley de la delincuencia.
Cuarto acto.- La tragicomedia tampoco podría explicarse sin los candidatos de enfrente (los de Morena), un sólido conglomerado que sería una máquina de hacer votos, pero que acabó en una mala broma, en un chisguete de mala leche del que aún no se reponen los victorenses.
De los candidatos de los otros partidos ni hablar, también juegan del lado de la triada. Ahí andan, de la mano de “los hijos de El Tumbaburros”, ocupados en dar cátedra relativa a cómo se hacen los mandados con buenas ganancias pecuniarias, y en denostar a quien o quienes osan “manosear” siquiera a sus repentinos santos, esos santos barones y baronesas que defecan bombones, o por lo menos eso quieren suponer porque saben que lo “otro” parece y tiene sabor a caca.
Esa es la resumida y apretada historia.
Habrá que ver qué epitafio escriben sobre su lápida los victorenses, a los que por lo visto solo les queda la opción que escogió Sócrates.
La conclusión es simple: lo que sigue de un caso de terapia intensiva es muchas veces letal.
A la cicuta le sigue un estado de coma y termina con la muerte.
Ojalá el epitafio lo escriba alguien con un humor menos negativo y denso, algo así como “ya nos cargó el payaso”.
Que en el caso que nos ocupa, son muchos…
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