Por Agencias
Ciudad de México.- La mexicana Paola Schietekat Sedas logró escapar de Doha, Qatar, antes de ser condenada a 7 años de prisión y 100 latigazos tras denunciar haber sido víctima de abuso sexual.
La economista, politóloga y antropóloga trabajaba en el Comité Organizador del Mundial de Futbol, programado para el 21 de noviembre próximo, cuando lo que llamó su “trabajo soñado” fue interrumpido cuando una persona, a la que consideró su amigo, abusó sexualmente de ella el 6 de junio de 2021.
Paola contó su historia en un artículo publicado por Julio Hernández “Astillero” el pasado 8 de febrero, en el que denunció que la representación del gobierno mexicano en Qatar no hizo nada para ayudarla.
“Este artículo lo escribí frustrada, harta y agotada, después de intentar absolutamente todo por la vía institucional. ¿Por qué las mujeres no denunciamos? Aquí les doy una razón”, señaló.
Su escrito, compartido en la cuenta de Twitter “Fuga de Cerebros”, contó que la solución que le dio su abogada y el representante legal de su violador era que se casara con su agresor para que el caso fuera cerrado.
“¿Qué nadie, nunca vuelva a preguntar, ¿dónde está tu denuncia? Que nadie vuelva a preguntar ¿por qué no hiciste nada?”, escribió en un hilo de Twitter.
En su relato, contó que cuando trabajaba en el Comité Organizador del Mundial de Futbol en Qatar, el 6 de junio de 2021, una persona que consideraba su amigo de la comunidad latina en Doha, se metió a su departamento por la noche y abusó de ella.
“Mantuve la cabeza fría: le avisé a mi mamá, a un colega del trabajo y documenté todo con fotos, para que mi memoria, en un intento de autoprotección, no minimizara los eventos o borrara por completo parte de ellos. Y denuncié. Denuncié porque, en un acto de amor propio, me negué a dejar que alguien lastimara así mi cuerpo de nuevo, sin consecuencias”.
Pasó la noche en un hotel por si su agresor regresaba. Obtuvo el certificado médico y fue a la policía en compañía del cónsul de México en Qatar. En su limitado árabe explicó la situación, le preguntaron si quería una orden de alejamiento, no hacer nada o ir a las últimas consecuencias, se congeló por el shock, el miedo y la falta de sueño.
“Volteé a ver al cónsul, quien me recomendó ir a las últimas instancias. Firmé la declaración en árabe y di los datos del agresor. Horas después, a las nueve de la noche, me hablaron por teléfono para acudir urgentemente a la estación de policía. Extrañada, pregunté si era necesario que una mujer que acababa de ser agredida fuera sola a la estación de policía a esa hora. Su respuesta fue que, si no iba, mi denuncia sería descartada. Tomé un taxi. Al llegar a la estación, los policías pusieron delante de mí a mi agresor”, contó.
Después de tres horas de interrogatorio en árabe, le exigieron una prueba de virginidad porque, de pronto, ya no era la acusadora, sino la acusada, pues su agresor se estaba defendiendo con el argumento de que era su novia, y que habían tenido relaciones sexuales consensuadas.
“En Qatar, tener una relación extramarital se paga con hasta siete años de cárcel, y en algunos casos la sentencia incluye cien latigazos. De un momento a otro, mi denuncia ya no importaba. La policía refirió el caso a la fiscalía pública, único lugar donde tuve un traductor. Todo se centró alrededor de la relación extramarital, mientras que, bajo mi abaya, la túnica que me recomendaron usar para parecer una ‘mujer de buena moral’, seguían las marcas, moradas, casi negras. Mi abogada casi no habló. Al final, tuve que entregar mi teléfono, desbloqueado, a las autoridades, si no quería ir presa”, añadió.
Destacó que el Supreme Committee la ayudó a salir del país. Su teléfono ya no importaba, aunque había grabado testimonios y los envió a Human Rights Watch para que publicaran en caso de que la arrestaran.
“Nunca había respirado con más alivio que cuando me sellaron el pasaporte. En México, paró la adrenalina y empezó un proceso más lento, aunque igual de complejo y doloroso. El ¿y ahora qué?, las pesadillas, la reconstrucción de una torre de cartas que se derrumba a cada segundo, el arrepentimiento de siquiera haber denunciado, el castigo constante de haber escuchado al cónsul, quien, junto con toda la embajada se deslindó rápidamente del caso, y la decepción de no haber previsto que el caso podían revertirlo en mi contra, porque vivimos en un mundo que parece odiar a las mujeres”, afirmó. (Apro).
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