Por Agencias
Ciudad de México.- América tiene un rasgo profundo que lo distingue. Y lo ha construido para mostrarle a sus aficionados de qué está hecho, sobre todo en finales. Lo defiende y compite con él para empatar partidos como esta vez en la final de ida de la Liga Mx contra Cruz Azul (1-1), en un antiguo estadio Ciudad de los Deportes que vibró como hace tiempo no se recordaba.
“Las comparaciones no me gustan mucho, pero tenemos un plantel con mucha calidad”, declaraba el miércoles el técnico de las Águilas, André Jardine, quien ha emparentado esa manera de jugar con el coraje que afronta la vida. Quizá por eso sus ideas no sólo son respetables para el plantel que dirige, sino que además son capaces de producir respuestas después de un error como el del 1-0, en el que Uriel Antuna castigó una mala salida de su defensa.
El delantero campeón de goleo creó una especie de complicidad entre Israel Reyes y el portero Luis Malagón, convirtiéndolos en responsables de un pase retrasado que terminó en el manchón de penalti. Los errores tienen un resultado irrebatible. Su efecto es tan contundente que el equipo que lo aprovecha ni siquiera necesita dar explicaciones. Los celestes lo entendieron así durante varios minutos, pero el campeón es un rival ganador hasta cuando defiende.
Con una plantilla robusta y repleta de estrellas, dejó una nueva referencia de su alta resistencia emocional. Esa confianza en que sus delanteros sabrán aprovechar los momentos puede explicar mejor que cualquier imagen el empate del colombiano-mexicano Julián Quiñones (16).
El dorsal 33, número cabalístico de la afición celeste, cerró a segundo poste un servicio de Henry Martín luego de un saque de banda en el que el zaguero Gonzalo Piovi perdió la marca. Como todo gran líder que sabe cómo manejar los temores de las personas a las que dirige, el argentino Martín Anselmi intentó que sus indicaciones sonaran más cercanas, accesibles y atractivas para sus jugadores a partir del aliento de su afición con su ya conocido grito de guerra “¡Daaale, daaale, daaale Cruuuz Azuuul!”.
Por momentos daba la impresión de que La Máquina, antes que buscar el otro tanto en el marcador, libraba una batalla contra sus propios nervios. Luego de ser campeón el torneo pasado, el brasileño André Jardine confesó que su desafío era dejar una huella en la historia del club, algo que perdurara para siempre.
Cada figura de su plantel le ofreció esta noche una habilidad concreta. Así como Henry Martín era un domador de zagueros, Quiñones se concentraba en el mérito de inventarse jugadas y provocar con sus gestos a los aficionados de Cruz Azul. Las finales requieren de especialistas y el delantero naturalizado mexicano es uno de ellos.
Mientras Quiñones y Henry Martín provocaron más de un silencio con jugadas claras de gol en el arco de Kevin Mier, en las gradas el encuentro produjo una vejez anticipada. Los aficionados se frotaban las manos, optaron por observar de pie los ataques de su rival, pidiendo “huevos” y “la Décima Copa”. Un mosaico gigante recordó una estrofa de la canción “Andar conmigo”, de Julieta Venegas (“Festejemos que la vida nos cruzó), y el número 33, que por diferentes motivos ha traído mejor suerte, volvió a copar su cabecera principal.
Pero nada de eso fue suficiente. Como en mayo de 2013 y diciembre de 2018, las dos finales más recientes en las que ganó, las Águilas forzaron de nuevo la épica. Es como si le advirtieran a sus rivales: “si estamos en la final, aténgase a las consecuencias”. Su experiencia es la gran aliada para el partido de vuelta. (Alberto Aceves/La Jornada).
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