Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Por la noche el puerto roncando es escombro de ruido, lodo en algodonales de espuma, prendida lentitud de un frijol en el guano.
Y veo la claridad al fondo de un hilo, entre los sedales de la peste y en el agudo momento, entrelazados, se zafa el brazo oscurecido de los labios negros de noche.
Tráete a la paz de los cabellos, ponle el pie en el pescuezo, métele dos balazos, púdrete mientras, jode los dobleces, las camisas nuevas, los pantalones rotos.
La noche es la noche que es un pasajero cruzando el desierto de Sión, los caminos de Dios, las lumbreras de los arrepentimientos, las sabias palabras.
Llámales por su nombre, a fuerza saben quién eres y de qué se trata, no permitas que te lleguen al precio, diles nada.
Hemos resuelto la reunión de estrellas en tu olorosa esencia de incienso, mirra en las paredes, nos han visto meter y sacar agua del pozo
Nos hemos escapado de otros cruzados, huimos de su paso sigiloso por las banquetas y sus senderos.
Vienes de noche por que no cabes en el día, por falta de tiempo, por melancolía. A ti te entretiene el miedo de la gente, las soledades espantosas, las altas paredes de las tardes y escapas a llenarnos de tinta, de antifaces violáceos. A eso le tiras.
Noche, sacudes la mano con estrellas. Son las tres de la madrugada todavía. Por esta noche no pasa mi tiempo, te leo mi poema en una máquina perfecta que te repite la sombra.
Leo con mis cinco sentidos intercambiados, tronchados, abiertos dejando el espesor de la nube que eres pasar por mis narices y recorrer el muro de mis lamentaciones en silencio.
Construiste tu casa y sacas la mano por la ventana, dices adiós a los hijos, a los abuelos, a la hermana cansada, a la otra, a la entenada, a los chivos del corral, a los tamales, a los elotes, a las entarimadas danzas del pueblo.
En el arroyo abrupto de la noche, los cuerpos mutilados se van juntando de nuevo, quieren platicar entre ellos, hacerse cosquillas, hablar como niños, caer se adrede, visitar un parque, tener una amante, dejarse hacer en el fuego de la llama que los confundirá en el infierno.
Te dicen ciudad y apenas se ve de lejos como los cocuyos, como quelites y a la orilla del río, son edificios dice la gente, son guaridas para escucharse decir dos o tres cosas y repetirlas mañana.
Dónde quedaría lo que cabía en un jarro, en el hueco de la mano cuando tendí la noche y nos acostamos, nos quedamos a dormir en la jungla noche.
Yo fui un sepulturero de horas aciagas, comencé a usar la pala para echar tierra, para resacar las ganas, para sacar pedazos de raíces, para subir a la casa y ver cómo se estrellaban todas las estrellas en las ventanas. Yo fui de esos. La noche no sabe nada.
Barrendera vieja y rebuscada, barre esta calle. No quiero esa cubeta, la gotera, ni la espera, barreré la sombra. Noche eres la danza adentro y afuera.
Al cabo todo en algún momento somos tierra. Déjame el montículo de piedra por si una reyerta, la trinchera de acero con una varilla de fuera, con una calca de cemento, un bastón de mando para que lean autores que saben sonarse las narices.
Noche. Eres más fuerte que yo con tus alas anchas. Yo soy esquirol, segundo, momento, carne humedecida, licor y aliento.
Existes en el cuerpo, te vas apoderando de las venas, las llevas. En el corazón has sembrado una piedra y le pusiste unos pedazos de madera. Yo me crucifiqué con ella, por eso viajo.
Querría ser nudo, velocidad, andadera eterna como tú noche plumífera, caballería de una escuela de rufianes y maleantes a la salida de una ciudad extranjera.
En la noche los cocuyos son como camioncitos en la carretera, pero de pronto vuelan, Tú lo persigues y se dejan que los muevas, les avientas, los haces caminar, horadar, como si eso te llevara a otra esfera y te lleva.
Eres negra infancia de la cual saqué el conejo. No se lo había dicho a nadie.
HASTA LA PRÓXIMA.
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