Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Muchas veces he visto cómo se confunde la labor de un funcionario. Llegan al cargo y de inmediato asumen una personalidad distinta a como se le conoce. Muchas veces los mismos parientes del funcionario extrañan a su familiar al notar que ya lo perdieron.
Tal vez su inseguridad sea legítima y esto les sirve para aguardar su personalidad tímida y de desconfianza hacia los demás. Que hasta comprensible pudiera ser, si luego de esto muestran disposición a cambiar. Porque sean al fin de cuentas buenas personas.
Pero cuando esa actitud de deferencia con los que menos tienen, es a propósito, para defender mal sanos intereses, es una cobardía, pues la gente acude a ellos por necesidad. Se trasladan desde los lugares más apartados y humildes de la ciudad para ir a verlos.
A veces hasta es bueno que se les ofrezca un refresco, pero la mayoría de las veces no ocurre esto.
La mayoría de las veces les hablan alto y con el poder de que tiene la razón aun sin tenerla, sin conocimiento de causa.
Llegan a gobernar y quieren todas las comodidades en su oficina, con chalán y todo al alcance de las manos con lo que se facilita su trabajo y eso es bueno sólo si es utilizado en el servicio que ofrecen a la gente, no para servirse y soalzarse ellos mismos.
De cualquier manera es absurdo y hasta odioso ver como un funcionario trata con displicencia a la gente sea cual fuere su asunto.
Hasta para dar un consejo el funcionario debiera templar su carácter y dejar de ser el supuesto padre que todo lo puede y si no lo puede que abandone la actitud, basada en esa capacidad que él solo se otorga de cerrar las puertas o de abrirlas pero de mala manera.
Por el contario, a ellos, los funcionarios prepotentes, casi hay que llegarles de rodillas a implorarles, caerles bien, tener una técnica o una gracia para que las cosas sucedan más o menos bien.
Un funcionario puede en cualquier momento, durante un diálogo, ensordecer y hacer que sólo su voz se escuche, pero todo tenemos derecho a hablar y a ser tratados con respeto.
No cualquiera gobierna. No a todos se les da. Los candidatos a distintos partidos que no tardan en ponerse de moda, deberán saber con qué personas cuentan no sólo para su campaña sino para gobernar bien y ser felices.
La gente también ve a los que andan con los candidatos, sabe quiénes son y cómo se portan cuando están arriba, algunos no debieran estar y están, porque aparecieron con padrinos, socios, llegaron por el amigo, el compadre, el compromiso hecho durante la campaña.
Dime con quién andas y te diré como gobernarás la ciudad.
HASTA LA PRÓXIMA.
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